Familia funcional: comunicación, acuerdo y proyecto común

Familia funcional: comunicación, acuerdo y proyecto común

En las familias funcionales las relaciones son en alta medida definidas por esa proyección al futuro compartida por los miembros que es el proyecto común, en este caso el proyecto familiar; comprendiendo éste tanto los objetivos que tienen que ver con la compensación de los requerimientos de la supervivencia y salud física como  los que satisfacen las necesidades del crecimiento y bienestar integral de los mismos y, de manera muy importante, aquéllos relacionados con la anticipación de logros individuales y/comunes en cualquier área de desenvolvimiento asociada a la realización personal o al crecimiento o disfrute del grupo en conjunto.

 

Las conductas interactivas de las personas que forman un grupo familiar se acompañan en el plano cognitivo por una red de pensamientos acerca de todas ellas que se manifiesta de muy diversas maneras en sus relaciones. Entre estos pensamientos cobran singular importancia las expectativas, es decir, lo que cada una de ellas espera de sí misma, de cada una de las otras  y del grupo total. Conjugándose en su presentación con emociones de diverso tipo, las expectativas personales y recíprocas constituyen un poderoso entretejido que puede actuar tanto en el sentido de facilitar como en el de interferir en alto grado la eficacia de la familia para cumplir cabalmente sus funciones y para generar individuos satisfechos de sí mismos y socialmente aptos. 

La capacidad para regular y coordinar las expectativas de todos  los integrantes de ese proyecto común que es la familia se fundamenta en primera instancia en los logros de la pareja en cuanto a efectividad de la comunicación y conocimiento mutuo, así como también en lo relativo a la apertura y el desarrollo de habilidades para la búsqueda de acuerdos cuando ello sea necesario.

Sin embargo, la experiencia indica que en una gran cantidad de casos los hombres y las mujeres llegan al matrimonio o a la situación de unión libre con muy poco conocimiento de lo que su pareja espera de ellos o ellas y muy poca preocupación por conocerlo. Muchas veces en las consultas de pareja confiesan que desde el noviazgo observaron algunas de esas tendencias personales de la otra u otro que hoy en día les resultan intolerables, pero que entonces sólo pensaron que aquello seguramente cambiaría cuando estuvieran juntos.

No es extraño que dos adultos que se unen conyugalmente difieran en alguna medida en cuanto a sus expectativas respecto a sí mismos, la pareja, la familia y la vida en general. Extraño sería que no fuera así. Son personas diferentes desde muchos puntos de vista. Pero el que las expectativas sean disímiles no implica necesariamente que no puedan encontrarse espacios de compatibilidad. En mucho depende de la disposición de cada uno a encontrarlos y de la percepción que también cada uno tenga de la negociabilidad de sus aspiraciones. Pero, antes de todo ello, es imprescindible que la pareja se esfuerce en lograr un encuentro honesto y esclarezca para ambos lo que cada uno quiere y si en la vida que cada uno quiere hay cabida para un proyecto común.

Muchas veces la pareja transita largos períodos de su vida conyugal arrastrando esta ignorancia o confusión respecto a las expectativas recíprocas. La insatisfacción compartida, que no tarda en aparecer,  conduce en no pocas ocasiones a interpretaciones negativas de las conductas del compañero o la compañera  (las cuales pueden por ejemplo consistir en la percepción del comportamiento del cónyuge como “poco afectuoso”, “rechazante”, “negligente”  o “desdeñoso”, sólo porque no se parece al que se espera de él). Estas interpretaciones negativas, aunque frecuentemente erróneas, pueden facilitar la generación y acumulación de resentimiento y la aparición de un trato seco y áspero y de distanciamiento afectivo y sexual. Son parejas que de no ser ayudadas oportunamente pueden llegar a separarse con una amarga sensación  de  fracaso cuando tal vez el desencuentro inicial hubiese podido ser superado con relativa facilidad. Pero aún peor situación puede considerarse la de aquellos casos en los que por alguna razón no se produce una separación de hecho pero se mantiene de manera indefinida una distancia psicológica que se siente cada vez más como insalvable dentro de la convivencia y un sensible componente de hostilidad que, bien manifiesto o encubierto, define el clima emocional de la relación de pareja y es fuente de malestar para toda la familia.

Resulta obvio entonces que en lo que toca a las expectativas recíprocas, el malentendido y el desacuerdo de la pareja pueden dificultar en grado extremo tanto una funcionalidad eficaz como la construcción de un proyecto familiar coherente

Pero aunque es en el acuerdo conyugal donde se sustenta y desde donde se define el proyecto familiar, el avance y la fluidez del mismo depende también de la involucración de los hijos en formación. Corresponde a los padres integrarlos al mismo cognitiva, emocional y conductualmente, a través de la cercanía afectiva y la comunicación honesta de los valores y los objetivos familiares, así como también desde la regulación de las expectativas de esos hijos en función de criterios que tienen que ver con  realidades familiares y sociales. Los niños y los adolescentes pueden mostrarse en muchos momentos altamente demandantes o exigentes en un sentido opuesto al de los intereses familiares sin que esto pueda considerarse una situación anormal, correspondiendo a la pareja parental establecer los límites pertinentes, cuando fuese necesario.

También en aras de la eficacia de la construcción familiar corresponde a la pareja parental regular sus propias expectativas, individuales o compartidas, dirigidas a los hijos. Cuando estas aspiraciones de los progenitores se desvían hacia la satisfacción de intereses personales (como por ejemplo ocurre, entre otros muchos casos, con aquéllos que alimentan su autopercepción de buenos padres a través de la hipercomplacencia o de algún modo subordinan la satisfacción de necesidades asociadas al crecimiento a la de objetivos no prioritarios),   distorsionan gravemente sus atribuciones como agentes de la salud, formación y socialización de  sus hijos y ponen en situación de severo riesgo la funcionalidad del grupo y el cumplimiento delas metas asociadas al proyecto común.

Irene García Rodríguez

Psicóloga, Terapeuta Individual de parejas y familia.

Especialista en violencia Intrafamiliar.

Centro Vida y Familia Ana Simó

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