Divorcios precoces, matrimonios inmaduros
“Cuando yo lo conocí era el novio perfecto, a veces discutíamos y nos enojábamos uno al otro, pero la mayor parte del tiempo era un príncipe azul. Me abría la puerta del carro, llegaba con rosas, sacaba tiempo para pasear conmigo, ahora después de que nos casamos, no sé donde quedo aquel hombre. Solo quiere estar en casa o con los amigos, discutimos por cualquier cosa, y la mayor parte del tiempo nos vamos a la cama enojados”. Estas expresiones son comunes en matrimonios jóvenes y suelen llevar a divorcios apresurados bajo el concepto de “incomprensión o incompatibilidad” en la pareja.
En el periodo de noviazgo la pareja se vislumbra en un mundo casi perfecto, donde el cortejo es constante y los conflictos pueden no ser tan significativos como para sentenciar la relación. Sin embargo, al momento de decidir formar una familia y construir su propio núcleo familiar todo esto cambia. Aquellas pequeñas cosas que parecían sin importancia toman otra tonalidad y nos llevan a irritarnos. ¿Por qué? Cada individuo al casarse lleva consigo características en su personalidad que están conectadas con la forma en que se relacionó con su familia de origen, siendo esta el escenario que construye su percepción de lo que se debe de hacer y no hacer.
Imagínese que al formar su nuevo núcleo cada quien quiera aportar y hacer las cosas según su propia visión (pues es la que conoce y ha practicado toda su vida). Se genera un ambiente de controversias con aumento de la irritabilidad que pueden desencadenar a mediano y largo plazo un divorcio precoz. Necesitamos desarrollar un grado de madurez, compresión y tolerancia que faciliten el camino a la construcción del nuevo entorno familiar utilizando una comunicación asertiva.
No somos asertivos con nuestra pareja si al momento de estar enojados nos comunicamos con gritos y peleas, huyendo del problema, o con un silencio que espera del otro su total entendimiento. El amor no es ciego, ni sordo, ni mudo y mucho menos incomprendido cuando se vive a conciencia.
El ser humano vive lleno de expectativas, de ideales, que si bien es cierto nos ayudan en la formación de metas y de posiciones optimistas, no es menos cierto que en lo referente a relaciones humanas pueden ser decepcionantes si no son afines a la realidad.
Cuando nos enamoramos, vivimos un ideal y bajo la expectativa que nos formamos, sobre lo que creemos y esperamos de esa persona. Esto resulta casi siempre en la formación de un conflicto en el matrimonio cuando los velos de la etapa primaria de la relación caen y se inicia la construcción de la pareja desde la universalidad de sus sistemas de origen y de lo que mutuamente aportan para la construcción del nuevo hogar.
En esta etapa crítica de la relación donde la convivencia pone en relieve la realidad de cada individuo es de vital importancia promover una comunicación abierta, tolerante y paciente y saber cuando ceder y llegar a acuerdos que permitan la construcción de ese nuevo núcleo familiar lleno paz y armonía. En situaciones de crisis no debemos obviar las razones positivas que dieron origen a la relación. Amar no equivale a huir (siempre que no se esté en una situación de peligro a su persona), es aprender a valorar y entender las imperfecciones.
Patricia Reyna
Terapeuta Familiar y de Parejas
Centro Vida y Familia Ana Simó