Las parejas y el trabajo doméstico: Cuando de Compartir se Trata
El ingreso masivo de la mujer a los ámbitos académicos y al mercado de trabajo durante la segunda mitad del siglo pasado ha constituido, en la práctica, el mayor responsable de la nueva cara que el género muestra hoy, al menos en lo que se refiere al hemisferio occidental.
Esa mujer de hoy, activa, independiente, dueña de su voluntad y perseverante en su afán de mostrar al mundo su capacidad, su preparación y su eficiencia, ya no constituye una excepción. Como trabajadora independiente o contratada la vemos incorporada a la lucha en cualquier espacio del área laboral, pareciendo a primera vista que ya se encuentra definitivamente olvidado el paradigma tradicional del ama de casa silente y confinada al agotador, nunca bien reconocido y jamás remunerado, trabajo que implica llevar una casa y atender una familia.
Sin embargo, sabemos que esto no es tan cierto y que el prejuicio aún se manifiesta. Por ejemplo, entre otras situaciones que lo ilustran, encontramos con frecuencia las denuncias relativas al irrespeto, por parte de muchos empleadores, a las condiciones de trabajo concernientes a la mujer embarazada, así como también a la desigualdad salarial entre hombres y mujeres que desempeñan la misma labor.
También en la vida cotidiana de la pareja contemporánea se hace en muchas ocasiones evidente que aún nos encontramos lejos de alcanzar la tan buscada equidad, en cuanto a lo que se refiere a compartir el trabajo.
Cierto es que si preguntamos a casi cualquier hombre de nuestros días como evalúa estos aspectos en contraste con el modelo tradicional, su respuesta ha de ser favorable al cambio. No es difícil suponer que a través de las experiencias de las últimas generaciones de parejas, las resistencias masculinas se han debilitado considerablemente, sobre todo debido a la constatación de los beneficios que para ellos aporta el compartir no sólo el rol proveedor, sino también la responsabilidad de las decisiones familiares y, en general, la vida con mujeres mucho más abiertas al disfrute de su sexualidad y al conocimiento del mundo.
Pero más allá del idílico mano a mano en lo que toca al trabajo extra hogareño…¿qué ocurre en el día a día cuando ambos, después de cumplida su jornada laboral completa, llegan a la casa..?. Nosotras lo sabemos. Ellos, con honrosas excepciones, parecen aún no haberse dado cuenta del todo. En gran parte porque no se los hemos facilitado.
Pues ocurre en ese momento, como todas sabemos, que el dulce y anhelado hogar se nos viene encima, con una avalancha de inaplazables. Con un rigor obviamente variable en función de la ayuda doméstica con que contemos, el trabajo que espera en la casa puede incluir, entre otras cosas que seguramente olvido, desde lavar baños, limpiar pisos, lavar y planchar ropa, cocinar la cena, preparar las loncheras y los uniformes de los niños para el día siguiente, revisar cuando no ayudar a hacer las tareas escolares, hasta realizar verdaderas piruetas organizativas “para ver cómo hago mañana y saco tiempo para ir a la reunión del Colegio…¡Ay…pero también mañana es la cita con el pediatra…y Marianita tiene clase de música…!…déjame ver si Juan puede ir a lo del Colegio…¡se quedó dormido viendo TV…pobre…está tan cansado…!”.
No se trata de juzgar a los hombres como monstruos de insensibilidad, sino de señalar el hecho concreto de que al asumir las nuevas atribuciones de su rol la mujer de hoy parece tender a mantener dirigidas hacia sí misma todas o al menos la mayor parte de las exigencias pertinentes tanto al modelo de ama de casa tradicional como al de mujer trabajadora. La consecuencia es una sobrecarga extenuante para ella.
La responsabilidad de esta situación parece encontrarse en el escollo representado por cierto nivel de adhesión a aspectos de la antigua funcionalidad que subyace a la interacción de muchas parejas, incluyendo a aquéllas que se perciben y definen como libres de los prejuicios atribuibles a las viejas creencias acerca de los géneros.
Si bien es cierto que desde hace algún tiempo los hombres se han mostrado más colaboradores en algunas de las actividades que anteriormente eran casi exclusivamente del dominio femenino, esta participación resulta casi siempre considerablemente menor que lo que realiza su compañera. Adicionalmente, se ha encontrado que ellos tienden a escoger aquellas tareas hogareñas que son connotadas como menos femeninas, tales como las que se llevan a cabo por medio de electrodomésticos. Otro aspecto muy importante es que difícilmente asumen como responsabilidad propia el trabajo doméstico. Lo ejecutan cuando surge en ellos el deseo de hacerlo o cuando su pareja se los pide, pero en cualquier caso mantiene, tanto para ellos como para ellas, una significación de ayuda a la mujer.
Este último aspecto ilustra vivamente hasta que punto continúa estando naturalizado el concepto, en la subjetividad de unos y otras, de que el trabajo de la casa es cosa de mujeres.
Hasta cierto punto, resulta más fácil entender en ellos este factor de inflexibilidad. Al fin y al cabo no fueron los hombres los que desearon ni lucharon por cambios en su rol, el cual los privilegiaba en muchos aspectos. Mucho menos podemos suponer cosa sencilla el que ahora se interesen espontáneamente por incrementar su carga de responsabilidades habituales con una buena dosis de otras que nunca interpretaron como propias.
De allí que el tema se presenta como otro punto en torno al cual nos toca a nosotras mantener la búsqueda de la equidad, y esto fundamentalmente pasa por desmitificar, en nuestro fuero interno, aquellos resabios de antiguas creencias que aún permanecen señalándonos como únicas responsables de la atención inmediata al hogar y la familia.
Lic. Irene García
Psicóloga. Terapeuta Especialista en Violencia Intrafamiliar,
Atención Infantil y Orientación Psicológica Profesional.
Centro Vida y Familia Ana Simó