La familia de hoy: hogares con paredes de cristal

La familia de hoy: hogares con paredes de cristal

………………“En problemas de familia ningún extraño debe meterse”……………….

Seguramente todos hemos escuchado muchas veces esta frase, repetida además con absoluta convicción por quien la utiliza. Eso no es extraño, ya que hasta hace muy poco tiempo esa expresión reflejó una creencia extensamente compartida y una norma de conducta que también se encontraban en alguna medida representadas en la Constitución de muchas naciones occidentales por un criterio que otorgaba a la familia el carácter de “ámbito privado”, lo cual hacía merecedores a los sucesos que ocurrían en este grupo de un tratamiento legal y jurídico diferente, y más permisivo, de los que se daban en otros espacios sociales.

Estas suposiciones se fundamentaban en el concepto de que, salvo situaciones excepcionales, la funcionalidad de cualquier familia sólo debía obedecer a los criterios y decisiones de quienes se consideraban sus autoridades naturales en el esquema tradicional: en primer término la del padre sobre esposa e hijos; en segundo lugar la de la pareja parental sobre los últimos. Se sobreentendía que la indudable legitimidad de los derechos de mando de esas figuras adultas, sumado ello a  la certeza de que los padres siempre estaban orientados a actuar por el bien de sus hijos, era un fundamento suficiente para otorgar a la familia confianza en su capacidad para resolver por sí misma los problemas que pudiesen presentarse en el ejercicio de las difíciles funciones de crianza y educación.

Pero a partir de las revelaciones surgidas durante las últimas décadas desde la investigación en Violencia Intrafamiliar y otras áreas involucradas en la defensa de los derechos humanos comenzó a acumularse el conocimiento acerca de la multiplicidad de situaciones de abuso y maltrato domésticos que victimizaban a los miembros más débiles de grupos familiares en apariencia respetables, a saber: a los niños, las mujeres y los ancianos la mayor parte de las veces. Entre las muchas consecuencias del develamiento de este problema que hoy reconocemos como de antigua presencia en nuestra cultura se encuentra un cambio ostensible en los conceptos científicos y sociales acerca de lo que antes se consideró la capacidad natural de la familia, tal y como era establecida en el modelo tradicional, para garantizar el desarrollo saludable de los niños que en ella crecían y el bienestar de todos sus miembros.

¿Se trata entonces de que en la actualidad la familia ya no es considerada el ambiente adecuado para la formación integral de los hijos y la realización personal de los adultos que en ella conviven?. La respuesta es un no rotundo. Todo lo contrario. La familia continúa siendo entendida como el ámbito con mayor potencial hasta ahora conocido para satisfacer de manera óptima las necesidades del desarrollo psicofísico y social infantil y, de manera simultánea, los requerimientos emocionales y relacionales de la evolución de la adultez. El nuevo planteamiento tiene que ver con que la familia presente o no las condiciones idóneas para que ese potencial se haga efectivo y se traduzca en crecimiento y bienestar de todos sus miembros (familia funcional) o en daño personal e infelicidad para uno o más de los mismos (familia disfuncional).

A partir de la puesta en relieve de las situaciones comprendidas por la violencia intrafamiliar, de la elevada frecuencia de las mismas y de la magnitud del daño individual y colectivo que han determinado en las poblaciones, los criterios institucionales comenzaron a ver a la familia como el espacio privado cuya permitida autonomía se convertía muchas veces en experiencias física o psicológicamente traumáticas, que no  en pocas oportunidades habían llegado al homicidio, para las víctimas.

En la actualidad, aunque sabemos que la violencia intrafamiliar dista mucho de extinguirse, los hogares van dejando de ser reductos de impunidad para los agresores. Las nuevas leyes y disposiciones jurídicas concurren a la penalización de estas modalidades de maltrato que antaño eran justificadas o relativizadas. El personal policial, el de salud, el de educación y la población en general viene siendo sensibilizado, informado y preparado con tesón desde hace más de una década para reconocer las situaciones de violencia doméstica, maltrato infantil o maltrato a ancianos e intervenir según el caso deteniendo, alertando o denunciando. Este nivel de atención del problema se orienta a generar conciencia y responsabilidad en el ciudadano común y en la sociedad total en relación a cada víctima de estos dramáticos sucesos.

Pero no cabe duda de que la erradicación del problema necesita la prevención de la génesis del mismo, la cual es localizada por las investigaciones del tema en las experiencias familiares de la infancia y adolescencia de los casos de agresores y víctimas. La prevención tendría entonces que ver con la constitución de familias en cuyo seno crezcan individuos orientados a la equidad y la armonía.

¿Cuáles son las características que hoy consideramos deberían predominar en esos grupos?…sin abundar en detalles me refiero a continuación a algunas condiciones generales que reflejarían al menos en gran parte aspectos fundamentales de ese tipo de funcionalidad:

El reconocimiento, el respeto y la oferta siempre percibida de amor incondicional a la individualidad y las diferencias personales de cada uno de los miembros del grupo, independientemente de su sexo o edad.

La presencia de una atmósfera hogareña propicia y abierta a la expresión libre de sentimientos, temores y opiniones, así como también al reconocimiento de los propios errores y a la solicitud y otorgamiento de perdón, cuando esto fuera necesario.

El modelaje, por parte de la pareja parental, de una relación intergenérica equitativa y flexible, con apego a valores de cooperatividad y solidaridad, justa distribución de las funciones concernientes a los roles conyugales y parentales y capacidad de resolver las diferencias sin traspaso de los límites determinados por el mutuo respeto.

La ausencia de autoritarismo, que es imposición arbitraria, y la presencia de una autoridad ejercida con criterio unificado desde los padres hacia los hijos expresándose, siempre que sea posible, con explicación de las razones y objetivos de las normas impuestas.

La aceptación del conflicto en la vida familiar como elemento natural de las relaciones interpersonales y el estímulo al ejercicio de la búsqueda de negociaciones y acuerdos como alternativas eficaces de resolución.

 

Irene García Rodríguez

Psicóloga Clínica, terapeuta familiar y de pareja.

Especialista en violencia intrafamiliar.

Centro Vida y Familia Ana Simó.