Un buen padrastro… ¿Se improvisa?
El rol de padrastro puede incluir requerimientos y atribuciones muy diferentes en un caso u otro y el éxito sin duda dependerá en gran parte de la habilidad de quien lo desempeñe para integrarse a la dinámica de ese grupo familiar de una manera que llegue a ser satisfactoria tanto para sus propias expectativas como para las de la mujer a la que se une y su(s) hijo(s).
El acuerdo conyugal no necesariamente involucra en la misma medida la incorporación a la parentalidad del nuevo compañero de la madre, sobre todo en lo que concierne a áreas más proclives a mostrar resistencia a la incursión de nuevos miembros, tal como ocurre con las conductas orientadas a la administración de disciplina y la imposición de normas.
A veces, sobre todo cuando se trata de hijos pequeños y más aún cuando el contacto de éstos con el padre biológico es muy débil o nulo, la pareja opta por otorgar al padrastro las atribuciones del rol paterno de manera muy amplia. Aunque obviamente estos intentos no siempre son exitosos, todos conocemos casos de hombres que han ejercido en tales situaciones su rol de padres sustitutos con gran responsabilidad, afecto y atención a las necesidades de sus hijastros.
Pero ni todos los hombres aspiran a ejercer como padres sustitutos de los hijos de su compañera ni todas las mujeres a permitirlo. Sin embargo, se encuentran muchas veces casos en los que los padrastros, aun asumiendo inicialmente con mucha cautela ese nuevo rol, se han convertido con la convivencia y el tiempo en importantes figuras de apoyo para sus hijastros, desarrollando relaciones de profundo afecto, confianza y respeto mutuos que pueden definirse como vínculos paterno-filiales altamente positivos.
Aunque ser buen padrastro no tenga una única definición, hay algunos aspectos generales que necesariamente deben acompañar a una buena gestión en ese sentido.
Por una parte, el aspirante debe cumplir una serie de condiciones que podrían resumirse como respeto hacia la individualidad y las circunstancias de cada uno de los hijos de la mujer a la que se une, así como también hacia los vínculos que mantienen entre ellos y con su madre.
El inicio de la conyugalidad con la madre sólo lo convierte formalmente en padrastro pero ello no supone la generación espontánea del vínculo afectivo entre él y su hijastro o hijastros. La convivencia impuesta puede generar diverso tipo de resistencias, sobre todo en los últimos, quienes al fin y al cabo son siempre los que menos han participado en la decisión y los más susceptibles a percibir al nuevo integrante del sistema como una amenaza a la estabilidad de sus relaciones materno-filiales.
El ubicarse eficaz y positivamente como miembro de la familia requiere lograr ser admitido y funcionar armónicamente en esa dinámica relacional, que puede llegar a oponer importantes dificultades. Esto requiere la puesta en marcha de habilidades en gran parte relacionadas con condiciones como la empatía y la paciencia, las cuales no se improvisan y sólo pueden mantenerse cuando hay una disposición genuina a forjar los lazos afectivamente estrechos que le permitan ser reconocido como uno más del grupo.
Pero simultáneamente un aspirante a buen padrastro debe ser honesto consigo mismo y contar con una disposición al compromiso proporcional al reto que él mismo se impone frente a la situación. Trivializar este último es un factor que permite prever un casi seguro fracaso.
Así como hablamos de no forzar los tiempos de los hijos o de la dinámica familiar global, la capacidad del padrastro para ganar la confianza de los hijastros también requiere del respeto a los suyos propios. Es importante ser genuino y tomar en cuenta el proceso personal involucrado. Exagerar en sus expresiones la cordialidad o el afecto que en realidad siente o hacer promesas o invitaciones que tienen baja posibilidad de cumplimiento puede ser muy rápidamente detectado como forzado, vacío de intención real y convertirse en un factor de rechazo por parte de aquél o aquéllos de quienes desea aceptación.
Entonces, si el deseo a unirse a una mujer no se acompaña obligatoriamente, al menos desde el principio, de la capacidad de convertirse en un buen papá de sus hijos, cabe preguntarse si una pareja en tal situación se encontraría imposibilitada de constituir satisfactoriamente este tipo de familia.
Yo respondería a esto que no, que ello no es imposible. Creo que un buen compañero de una mujer con hijos de relaciones previas puede constituirse en un miembro valioso y de muchas maneras nutritivo para la vida familiar aun cuando no se asuma a sí mismo ni quiera ser asumido como un nuevo padre. Sin embargo, en este caso el “ser buen compañero” necesariamente debe incluir, por una parte, el reconocimiento y la justa valoración de los requerimientos de las funciones parentales de su pareja y, por otra, la disposición a apoyarla, aunque sólo sea de manera indirecta, en el ejercicio de dichas funciones.
Irene García Rodríguez
Psicóloga, Terapeuta Individual de parejas y familia.
Especialista en violencia Intrafamiliar.
Centro Vida y Familia Ana Simó
Imagen tomada de: cosasdelainfancia.com