CUANDO LA VAJILLA VUELA: PAREJAS EN CUARENTENA
Anticipado por muchos y expreso en bromas y chistes desde hace semanas, no parece ser sorpresa para nadie que la prensa internacional haya destacado “la avalancha” de solicitudes de divorcio que ha llegado a despachos de abogados en diversas partes del mundo en lo que se interpreta como una consecuencia directa de los días de confinamiento.
En un primer momento lo que nos viene a la cabeza es el generalizado pesimismo que se observa hoy, aún antes de que se plantearan las situaciones de aislamiento social, en lo que toca a la estabilidad conyugal. Sin duda esta última condición no parece ser ya la misma que la que hubo generaciones atrás, cuando se mantenía el modelo de la división del trabajo (papá trabajando afuera y mamá ocupada en el hogar) y la gestión autoritaria del poder, que no daba mucha oportunidad a la expresión del desacuerdo ni a que las crisis, cuando las había, se manifestaran de manera visible.
Hoy en día la vida marital se desenvuelve o busca desenvolverse entre un esfuerzo denodado de ambos por mantener los acuerdos que tienen que ver con el avance del proyecto familiar y, simultáneamente, el afán de cada uno de ellos por la consecución de sus objetivos individuales de crecimiento. De allí que se ha hecho mucho más amplia y compleja la red de aspiraciones, expectativas, temores, preocupaciones, conductas autoafirmativas y manejo de circunstancias imprevistas, entre otras muchas y diversas situaciones que compiten por integrarse armónicamente a la dinámica de la relación.
Los psicoterapeutas de pareja entendemos que lo más estable que enfrentan las parejas de hoy, alejadas del modelo autoritario, es la pérdida continua de la condición de relativo equilibrio y el requerimiento permanente de poner en marcha habilidades para el reajuste en pro de los objetivos conyugales. Este proceso mantenido a lo largo de la vida conjunta, aunque en las parejas con sana funcionalidad se nutre simultáneamente de consecuciones afectivas, cognitivas, sexuales y otras asociadas al estado de bienestar, no deja de ser un factor de presión continua exigente y desgastante para ambos.
Ahora bien, hasta ahora hablamos de complicaciones habituales de la relación de una pareja común en tiempos normales…hablamos de una pareja como tantas que han estado poniendo alma y corazón en superar los inconvenientes que han representado un riesgo a su intercambio de cariño y su interés sexual; aprendiendo a perdonar, a fijar límites, a limar asperezas y a ceder muchas veces más de lo que quisieran con tal de lograr el acuerdo. Esa pareja hasta hace algunas semanas aceptablemente segura de sus metas; sabiendo lo que quería y realizando esfuerzos para conseguirlo…previendo un revés más, un revés menos, pero confiando en que con tesón y organización se van a hacer realidad sus proyectos… ¿y por qué no…?…
Pues en pocos días resultó que tal vez sí pero quién sabe cuándo y cómo…porque de momento todos los caminos se difuminaron como cuando los invade la neblina…de repente la realidad cambió para todos y comenzó a mostrarse insegura y peligrosa…comenzaron a pasar muchas cosas y a morir mucha gente en muchos países…y de muy poco sirvió buscar la guía de la opinión de los científicos o los jefes de estado porque todos ellos también parecieron confundidos y comenzaron a contradecirse entre sí…y entonces lo único consistente, lo único que pareció tener sentido fue la consigna y la orden de “quédate en casa”…y así quedaron las parejas, como todos los demás, encerrados en la casa y con la vida en alguna medida congelada en “modo pandemia”, como se me ocurre que podría llamarse para la posteridad esta particular experiencia.
Para cada persona la experiencia de la cuarentena ha requerido necesariamente un esfuerzo adaptativo importante. Por una parte, están aquellas cosas que nos afectan a todos: el miedo al contagio, el clima general de incertidumbre, el confinamiento y las consecuencias prácticas del mismo sobre la vida social, académica y laboral de cada uno, así como también en la mayor parte de los casos sobre su economía. También son generales las preocupaciones subsecuentes, expresas en interrogantes tales como cuánto tiempo llevará el volver a la normalidad, si estaremos tomando las suficientes precauciones para evitar el contagio, qué va a pasar con nuestro trabajo o negocio, qué pasará con nosotros y nuestras familias si no podemos pagar nuestras deudas, etc.
Pero más allá de las situaciones y preocupaciones ampliamente compartidas, la pandemia y la cuarentena son experiencias individuales capaces de reactivar temores, ansiedades y patrones conductuales asociados a situaciones pasadas o a aspectos de nuestra personalidad que tal vez creíamos superados. Todo ello, lo común y lo individual, convierten esa circunstancia de cada uno en un factor potencialmente capaz de desencadenar incrementos y pérdidas de control del estrés y la ansiedad muy difíciles de manejar. La diferencia, en gran parte, va a radicar en la capacidad de poner en marcha recursos adaptativos y resolutivos eficaces.
En lo que concierne a las parejas, la confrontación de esas situaciones personales particulares y la aproximación compartida a los estresores generales del momento no las exime del requerimiento permanente de ajuste en función de los objetivos de la convivencia y del proyecto familiar. Esta exigencia maximizada entre muchas otras cosas puede implicar una mayor dificultad para muchas de ellas en el sentido de mantener la tolerancia, incrementar en uno o los dos miembros de la díada la susceptibilidad o la tendencia a irritarse por reacciones del otro o tender a interpretar de manera desproporcionada y negativa pequeños incidentes habitualmente pasados por alto. También pueden verse afectados en el contexto de la experiencia general aspectos tales como el deseo sexual, la expresión del afecto y la comunicación efectiva.
La capacidad de cada pareja para superar estas dificultades dependerá principalmente de sus condiciones relacionales previas.
Además del requisito ineludible de la capacidad de comunicarse de manera clara y directa tendrá una probabilidad mayor de sobrellevar estos malos momentos la pareja que, bien sea desde su origen o a través de su evolución, haya logrado vincularse desde la madurez afectiva, que implica para cada miembro amar con la certeza profunda de que el otro está allí para compartir el amor y un proyecto determinado de relación, mas no necesariamente para compensar las áreas insatisfechas de quien le acompaña. Estas parejas pueden con más facilidad reorganizarse y establecer prioridades en función de la emergencia general y del proyecto común.
Menor capacidad de resiliencia podemos prever cuando el vínculo de la pareja constituye lo que llamamos un “apego inseguro”, que implica que aquél encubre necesidades de seguridad afectiva, de algún modo compartidas por ambos miembros, que sienten la relación como un ámbito en algún sentido proveedor o protector y se aferran a él. En estos casos las parejas, frente al debilitamiento percibido en el vínculo, pueden ver incrementado de tal manera el sentimiento de vulnerabilidad individual que se les haga muy difícil discriminar la urgencia psicológica profunda de las necesidades de reorganización de la pareja frente a lo externo que impone la crisis.
Irene García Rodríguez
Psicóloga clínica
Psicoterapeuta individual, de pareja y familia.
Imagen tomada de: ecologiaverde.com