De la familia intocable a la familia funcional
Durante mucho tiempo, las creencias acerca de la familia que privaron en nuestra cultura se caracterizaron por ser ampliamente compartidas y por su carácter dogmático. Esas creencias unánimemente admitidas coincidían en asegurar que la familia es el mejor lugar donde se puede crecer y estar, además de afirmar de manera irrefutable que todo lo que hacen los padres lo hacen por amor y es por el bien de los hijos.
Esta concepción idealizada del amor familiar estuvo entre nosotros durante siglos y la población fue recibiendo de una a otra generación ese mensaje que le indujo a no poner en duda, aún a veces contra toda evidencia, el amor, la idoneidad y la pureza de intenciones de los padres como conductores del grupo. De allí que cada persona y la sociedad total han defendido tradicionalmente la respetabilidad a toda prueba de la familia y su capacidad natural e insustituible como grupo de apoyo al desarrollo humano y a la sociedad.
Independientemente de que siempre sea difícil digerir el dolor causado por aquél a quien queremos, peor aún es cuando este último es una persona o un grupo idealizado, cuyo cuestionamiento está literalmente prohibido tanto desde los que nos rodean como desde el interior de nosotros mismos.
En este contexto, las personas que no han encontrado cómo armonizar esa convicción de perfección familiar con el daño que efectivamente pueden haber experimentado durante su vida dentro del hogar, frecuentemente han entrado en un conflicto de difícil resolución entre sus creencias y sus sentimientos de cariño, por una parte, y las experiencias dolorosas y los resentimientos asociados a las mismas, por la otra. Esta ambivalencia puede ser generadora de mucha ansiedad y sentimientos de culpa, entre otras emociones, y dar lugar a síntomas o cuadros sintomáticos denotativos de dificultades psicológicas y/o conductuales de diverso grado y tipo.
Por otra parte, las certezas absolutas sobre la bondad familiar y el derecho de los padres al ejercicio discrecional de sus roles también influyeron sobre las legislaciones de los países y la funcionalidad de casi todas las instituciones sociales. Estas últimas durante mucho tiempo, al proteger apriorísticamente a la familia, contribuyeron también a la invisibilización de situaciones dramáticas que proliferaron tras los muros de muchos “respetables hogares” victimizando sobre todo a los miembros más débiles de estos grupos. Entre estas situaciones ocupan un lugar relevante las modalidades de maltrato y abuso incluidas bajo la denominación genérica de “violencia intrafamiliar”.
En el momento actual, después de décadas de cambios muy importantes en los modelos de abordaje a ese grupo por parte de las ciencias sociales y también de impresionantes avances relacionados con los derechos de las minorías, se ha modificado radicalmente la manera de considerar a la familia desde el enfoque científico, las prácticas institucionales y, cada vez más, en el pensamiento de la población general.
Tal vez el término más representativo del resultado de esta evolución sea el tan utilizado hoy de “familia funcional”, el cual nos sugiere de inmediato el abandono de la idealización y una aproximación crítica al grupo: no basta constituir formalmente una familia. Hay que hacerlo bien.
La familia funcional, tal y como es entendida hoy, representa un alejamiento radical del modelo patriarcal, plenamente vigente hasta bastante entrado el siglo XX. Éste era un modelo autoritario, con una jerarquía rígida que atribuía al padre un poder de decisión muy amplio sobre la madre y los hijos menores, además de una concesión de discrecionalidad en cuanto al trato hacia los mismos. En el contexto de la verticalidad de la estructura la dinámica era ejercida de forma principalmente coactiva desde la posición paterna y se esperaba fuera retroalimentada con obediencia desde el resto del grupo. La transgresión podía sólo esperar, en la mayoría de los casos, aumento de la coacción.
La concepción sistémica aborda en la actualidad a la familia como a un sistema interactivo, cuyos procesos sólo pueden ser comprendidos tal y como se expresan en el flujo comunicacional entre sus miembros. Los integrantes de la familia se encuentran permanentemente a la vez influenciando y siendo influidos por todos y cada uno de los otros a través de la red de interacciones que se produce entre ellos. En esta línea de pensamiento resulta fácil entender la incompatibilidad de la evolución saludable de un sistema, en este caso el familiar, cuando la interdependencia entre sus integrantes es coaccionada a producirse sólo en un sentido predeterminado.
¿Quiere decir esto que el enfoque de la familia funcional rechaza la estructura jerárquica y la atribución de autoridad a la figura paterna?: no exactamente. Rechazar el autoritarismo como modelo coactivo no significa desestimar la autoridad, sólo que ya no reducida a una atribución del rol paterno sino más bien considerada atribución de la pareja, a través del acuerdo.
El aval a la decisión parental es imprescindible puesto que los padres continúan siendo los principales responsables del desarrollo psicofísico de los hijos y de su adquisición de recursos de adaptación al entorno extra-familiar, así como también de proporcionarles la apertura individual, oportuna y progresiva a su participación en otros espacios sociales tales como guardería, escuela, espacios deportivos, etc. Todo ello implica un proceso de toma de decisiones que una familia funcional no puede soslayar y que se inscribe en y es susceptible a ser regulado por la red comunicacional del sistema.
La red de relaciones familiares cumple un importante papel de apoyo afectivo para todo el grupo y es, para los niños que en él se desarrollan, de fundamental significación en la formación temprana de la personalidad y la adquisición de elementos básicos de autoestima y confianza en sí mismos. Pero más allá de ello, se convierte durante la infancia y adolescencia en el espacio útil por excelencia para la adquisición y la ejercitación de habilidades interpersonales de diversa índole que más tarde estarán al servicio de los requerimientos adaptativos del mundo exterior. En una familia funcional se espera que esta experiencia favorezca el crecimiento de jóvenes con actitud crítica y simultáneamente capaces de relacionarse ajustadamente, sin miedo ni resentimiento, con la autoridad. Esto se habrá producido principalmente a través de su interacción con unos adultos genuinamente interesados en mejorar como personas y como padres aprendiendo a conversar con sus hijos y revisando sus habilidades parentales tanto como haga falta para ayudarlos a satisfacer las metas del desarrollo sin menoscabo del respeto a su individualidad.
Irene García Rodríguez
Psicóloga clínica-Psicoterapeuta familiar y de pareja
Centro Vida y Familia Ana Simó