Los años que me quedan por vivir
Si alguna vez has escuchado una canción romántica interpretada por la famosa cantante Gloria Estefan, es posible que hayas tarareado la letra de uno de sus temas, que en una de sus estrofas dice así “con los años que me quedan por vivir demostraré cuánto te quiero…”; y esas hermosas líneas se refieren a una petición explícita que hace un miembro de la pareja, para que esta le dé una nueva oportunidad para reconstruir una vida juntos, en donde el amor prevalezca como el único vínculo capaz de sanar las heridas que aún se mantienen abiertas en una relación de pareja.
También el tema nos hace mención acerca de que la persona involucrada en dicha relación cree firmemente en que aún hay tiempo “para recapacitar…” En este último aspecto, se nos habla además sobre que se puede o mejor dicho se debe demostrar con hechos, que realmente hay una voluntad para cambiar cualquier comportamiento que haya sido motivo de ofensa, de maltrato o tal vez de desinterés o apatía, que disminuya ese cariño que tendría que alimentarse luego de años de convivir con una persona a la cual creemos conocer y le hemos depositado toda nuestra confianza y la fe necesaria para que siga siendo el motivo por el cual sentirnos satisfechos, cuando se trata de compartir experiencias de vida relacional.
Sin embargo, aunque todo esto suene algo romántico, no debemos perder el foco y tenemos que estar pendientes de si tanta entrega que se le ha dado al otro/a vale la pena y el esfuerzo, y saber si esos años que han pasado juntos son suficientes para continuar recorriendo ese camino, del estar uno al lado del otro; pues con frecuencia observamos en la consulta de parejas, matrimonios o personas que están bajo el status de Unión Libre, con más de 10, 20 o 30 años, en una convivencia en la que señalan que su relación es un completo desastre, que no se soportan, que discuten hasta por cosas insignificantes; y comentan también que se producen largos silencios entre ellos, hablándose solo por ratos para tratar asuntos domésticos; en donde la indiferencia o “la ley del hielo” se hace presente de manera frecuente, sin importarle a uno lo que haga el otro en su día a día.
Si se les pregunta el por qué continúan juntos si sienten que ya no se aman, muchos responden con razones como: por la costumbre, los hijos, la familia, el qué dirán, las dificultades económicas, entre otras; a veces recurren a frases para explicarlo mejor: “si ya le aguanté tanto, ahora para qué me voy a separar”; “no lo sé, miedo a estar solo/a”; “mis hijos me lo dicen que por qué no me separo de…”; “soporté mucho y ahora no voy a perder lo que tanto me ha costado “; “me comí las verdes y las maduras…”; y así por ese estilo, un sinfín de explicaciones o justificaciones detrás de las cuales se reflejan emociones como la tristeza, ansiedad o ira; acompañadas de desesperanza y una gran frustración, así como la pérdida de la confianza en ese ser que ha estado tanto tiempo contigo; aunado a esto también expresan una sensación de vacío o soledad que hace que la persona se cuestione si debió seguir insistiendo en quedarse todo ese tiempo junto a su pareja y si las energías que invirtieron en esa relación sirvieron de algo; además de plantearse la posibilidad de una ruptura definitiva, para retomar su rumbo sin la compañía de ese alguien que alguna vez consideró como el ser más importante de su vida.
Es así como, con este panorama que parece tan desalentador, solo nos queda acotar que, cuando dos personas que llevan toda una vida conviviendo bajo el mismo techo, deberían considerar la opción de seguir juntos antes de tomar una medida tan radical como lo es el divorcio o la separación, y si en el mejor de los casos, se deciden por continuar unidos, lo ideal sería que ambos pongan sus prioridades en orden, valorando todo lo bueno que han conseguido o construido juntos, y no solo tomando en cuenta lo material, sino evaluar sus emociones, intereses o gustos comunes, los buenos momentos compartidos y todo ese apoyo que se brindaron cuando más se necesitaban, más allá de cualquier diferencia o discusión, resaltando lo que cada uno ha aportado en aras de seguir avanzando y edificando como pareja o como familia, llenando de alegrías y atenciones al otro, dándole sentido a ese promesa que se hicieron un día y realzando aquello que esa hermosa canción nos dice en una de sus estrofas “sé que nuestro amor es verdadero”; para que al final en esos años que les queden por vivir se logren demostrar cuánto se quieren…
Dra. Mirta Castillo
Médico psiquiatra. Terapeuta sexual y de pareja.
Centro Vida y Familia